domingo, 1 de agosto de 2010

Es ley el matrimonio para todas y todos

El 15 de julio a la madrugada, por 33 votos a 27, el Senado finalmente aprobó el matrimonio igualitario. Este triunfo significa un empuje a la lucha por otros derechos democráticos pendientes.
Una a una fueron derrotadas todas las maniobras que se habían montado, como la trampa de plebiscitar derechos que son básicos, la amenaza de no dar quórum, la variante discriminatoria de la unión civil o los cambios de última hora al texto original.
Nada de eso sirvió. Ganó la firmeza de la movilización convocada por la Federación Argentina LGBT en la Plaza Congreso, que fue respaldada por muchas organizaciones populares, entre ellas el MST y nuestras agrupaciones de diversidad sexual, donde durante horas y a pesar del frío, miles y miles hicimos el aguante hasta que salió la ley. Esa concentración unitaria fue la culminación de una larga pelea, a nivel nacional, jalonada por marchas, actos, festivales y múltiples iniciativas.
Ganó la convicción democrática que fue creciendo poco a poco en el conjunto de la población del país, notoriamente mayor entre los jóvenes pero generalizada, de que esta ley no perjudicaba a nadie sino que era un derecho concreto que se les debía reconocer a los sectores de la diversidad sexual.


Los perdedores y los oportunistas
El debate sobre la ley, que incluye la posibilidad de adoptar, cruzó a toda la sociedad argentina. Hubo dos sectores que salieron al choque… y perdieron.
El más jugado contra el matrimonio igualitario fue la cúpula de la Iglesia Católica, con varios obispos y monseñor Bergoglio a la cabeza. Utilizaron todo su aparato, en especial de los colegios religiosos, al servicio de movilizar contra la ley. Junto a sectores evangelistas, defendieron argumentos insultantes y anticientí-ficos contra las personas LGBT. Hablaron de lo antinatural, de enfermedad y de aberración e inclusive amenazaron con el infierno… pero terminaron quemados.
El otro sector, más vergonzante, fue el de la vieja política. Una de sus principales voceras fue la cavernícola senadora puntana, Liliana Negre de Alonso, del PJ disidente. Terminó llorando. Junto a ella, muchos senadores de la UCR, del PJ, de los partidos provinciales y del bloque K también votaron en contra de la ley. Y no olvidemos a Elisa Carrió, que alentó la unión civil. Todos ellos quedaron en la lona.
Párrafo aparte merece el oportunismo kirchnerista. Los K se habían negado a aprobar la ley cuando tenían mayoría las dos cámaras. Cristina, fruto de su visita al Papa en noviembre de 2009, dio la orden de cajonearla. Si ahora se montó sobre esta ley y la promulgó en tiempo récord, es porque no tuvo otra que reacomo-darse ante la opinión pública buscando rédito político. Tan obvia era la movida K de subirse de apuro, que en la sesión el senador oficialista Piche-tto debió reconocer «este proyecto no es nuestro».

Por los derechos que faltan
Este logro trascendente que es la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo, que ningún supuesto «objetor de conciencia» podrá impedir, potencia otros reclamos democráticos y civiles que todavía faltan.
Para los sectores de la diversidad sexual, la igualdad jurídica conquistada abre mejores condiciones para ir por la igualdad social y en lo inmediato por la ley de identidad de género para que las travestis y las personas trans puedan tener el debido reconocimiento legal en su DNI. También favorece la pelea por separar de una vez por todas a la Iglesia del Estado y terminar con la ingerencia eclesiástica en la educación y los subsidios públicos a las escuelas privadas.
Más globalmente, este avance fortalece la lucha por los derechos de las mujeres -que son la mayoría de la sociedad-, de la juventud y otros sectores discriminados, como los pueblos originarios, los inmigrantes, etc. Por más que Cristina y el titular del bloque K de Diputados, Agustín Rossi, digan que «no está en la agenda», la batalla principal y más urgente es por el derecho al aborto. No es posible que a esta altura de la historia, en nuestro país sigan muriendo cientos de mujeres cada año -sobre todo jóvenes y humildes-, obligadas a abortar en condiciones penosas.
La ley de matrimonio igualitario ya es un hecho irreversible en la Argentina. Es hora, entonces, de ir por más.

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